lunes, 7 de julio de 2008

Una noche de navidad

No se si algunos lo tomaran como un acto de autoadulacion, como una accion egolatra.
El hecho es que mi mama en otra intentona de continuar este proceso melancolancolico en el que han entrado todos, incluso quien les habla desde que escribo seguido aqui, me mando el siguiente texto.
Recuerdo bastante el dia que gabriel describre. Fue un 24 de diciembre que me pase varias horas intentando salvar el año en el semaforo al que fui toda la vida.
Autos repletos, con toda la familia rumbo a casa de algun familiar. La tia con el vitel tone entre las piernas, los regalos, la comida de navidad. Todo eso dentro de los carros y afuera quien les habla en la dificil tarea de cambiar el cotidiano.

RECORDANDO (A DEMIAN)

Hubo una vez cuando el sobrino era un mero garbancito cosquilleante dentro del vientre tibio de su hermosa mamá que ahora y durante anchos momentos de mis días extraño mucho, mucho, el tío me invitó a ir a un lugar a ver cómo era aquello. Era una agradable noche porteña, de esas que van quedando escasas. ¡Y allí estaba! En la estratégica encrucijada. El Cid Campeador, era. Y no podía tener un nombre mejor. Bicicletómano, saltimbanquista, Chaplinero, anarquesario, puesto allí como una aparición, puesto dentro de su overol azul transpirante y tiznadiento con una literal larga manga de autos a sus piés. Importantes 3 minutos de luz roja para devolverle un poco de vida al arte. Y a la gente, yo agrego. Estrafalezco, clownesiano, un campeador sin Sancho Panza. En ese momento un palo con fuegos en los extremos el hacía ir y venir entre sus piés que yo ví, me atrevería a jurar, estaban unos centímetros por sobre el pavimento, e imprevistamente lo lanzaba a lo alto y daba la impresión que las ramas de unos árboles se corrían un poco a fín de no ser chasmuscadas por el despliegue, o quizás también para poder ver mejor tal perfomance. De lo que estoy seguro es que no era la brisa.
Y si uno cerraba los ojos un instante, enseguida iba a ver 3 o 4 pelotitas muy de brillantina colgarse del trozo de cielo sobre este tío emperifollado, sombrerista, tramollidero, contestalezco. ¿Y el palo de fuego? ¿Era eso que descansaba apoyado contra el plátano a orillas de la calle? Ví su torso tenzarse hasta lo insoportable y caer casi rozando las rayas blancas y ya no había pelotitas sinó plateadas formas que trazaban un puente casi como de ánimas porque volvían hasta sus manos tan dóciles, tan como hablando con él y solo para él.
Tres minutos del mundo que se apagaba en ese cruce, otro remedio no le quedaba. Y ahí sucedía lo que pobremente narro, ya que era mucho mas todavía. Desguace del aguacero, crucifixión y combustión, enocheciendo asombros, arlequineando sobre adoquines, escalante estrellatario, lúdico bufonete, solsticio sin final a la vista, y tanto mas que la memoria me escamotea.
Cada tanto aparecía su madre llamada Martha a traerle algo que comer y una botella con agua. Era claro que vivía por ahí nomás, donde su padre, algo entredormido, rescataba un poco de las noticias de ese otro mundo, el que no se detenía ni siquiera 3 minutos. De alguna forma, su padre estaba también allí, siguiendo absorto como el resto, un derrotero loco de esas clavas ahorita vueltas lámparas, o calefones, o bíblicas postales enviadas hasta cualquier constelación con billete de regreso. Así todo un rato.
Después, con la faena cumplida, oí el tintineo de las monedas en el bolso carmesí irse rumbo al descanso y ese lugar volvía a serme todo lo indiferente como cualquier indiferente jornada. ¿Se iba la magia a otros rumbos? Me quedé un momento mas hasta recobrar mis pasos y agradecí esa noche mirando hacia el Cid Campeador inamovible en el pedestal y ya envuelto otra vez en su echarpe de hollín y luz opaca. Noté que también quedaba agradecido.
Hoy, ha pasado un cierto tiempo. El sobrino (mi hijo) a veces lo invoca, pregunta por él. Yo a la vez me pregunto cuánto tendrá el de su tío. A veces lo observo mientras duerme y agita sus manitas. Y me digo que está meramente encontrándose con Demian vaya a saberse por dónde. A veces cuando pregunta donde está su tío, le digo que en un país de serpientes que usan anteojos, donde los árboles se inclinan al paso de las gentes, donde hay una alegría que hace reír hasta el aire que se respira, donde el único miedo es a perder la risa en una esquina, y así un buen rato.
El otro día iba con Fermin en San Salvador. Y vimos un malabarista en una esquina chiquitita, que aquí hay de sobra. ¡Parece mi tío!, exclamó asombrado. Sí. Parecía, pero nó. Porque hay una cosa difícil de explicar que es intransferible. Algo que tiene que ver con el bullir de la sangre, con el desboque del deseo, con la voraz pasión por mas aire, con la libertad de la cordura. Nada de esto entendía el sobrino, puramente. Nos quedamos viendo un momento. Hasta que Fermin dijo algo así como que "mi tío tiene mas lindas las manos", o "mi tío vuela mas alto también que las nubes". ¿Qué se podía contestar a eso?
Hoy, imaginé con Fermin que volvía su tío. Era un Cid Campeador de capa y espada. Nada mas que la capa era el borde del mundo y la espada toda una enorme fila de pelícanos, cormoranes y gaviotas que lo seguían por lo alto.
Y pensé que no se puede caer gente así del mundo. Que se los necesita. Y nos fuimos tranquilos.

Gabriel

Gaby, muchas gracias por esta literatura de calidad. No desperdices mas tu talento. Publica tus cosas. Merecen salir de la gaveta ya hace tiempo. Escribime y te ayudo. De en serio.

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